Los 70 años que vivió Bobby Keys equivalen a más de 200 de cualquier otro mortal. Keith Richards está exceptuado de esta lista porque nadie duda de su condición sobrenatural. Que Bobby Keys haya llenado una bañera de champán y se la haya bebido durante una gira de los Stones es apenas una nota al pie de página de la leyenda. Pero el árbol de las antólogicas juergas que Keys compartió con la crema del rock and roll no debe tapar el bosque artístico. Con Keys, fallecido en Franklin (Tennesse), se fue uno de los mejores saxos barítonos de todos los tiempos.
Siempre se dijo que Ian Stewart era el sexto Stone. Keys puede pelearle esa condición con armas limpias, y no sólo por haber puesto los vientos en tantos discos y conciertos de la banda. Keys fue un miembro del círculo rojo de los Stones, integrante del núcleo duro junto a Jagger y Richards. A esa corte ni siquiera accedió un miembro estable del grupo, como Mick Taylor. Más cercano a Richards que a Jagger, con quien se peleó a mediados de los 70, pero incondicional de los dos, Keys decodificó el sonido Stone y lo revistió de virtuosos apuntes de rock, de blues y hasta de jazz.
Cuando accedió al mundo Stone, en el lejano 1964, Keys ya acumulaba anécdotas de primera y horas de grabación junto a –por ejemplo-Buddy Holly. Los Stones, al igual que los Beatles, amaban a Holly, y Keys fue un cable que los conectó en directo con ese sonido. El poderoso saxo de Keys, su fraseo perfecto e interminable, propio de un músico que parecía dotado de tres pulmones, resultó irresistible. Keys devino entonces en uno de los sesionistas más buscados por la elite rockera. En su agenda de trabajo figuraron los Who, Eric Clapton, George Harrison, Lynyrd Skynyrd, los Faces y Jim Hiatt.
Lo asombroso de Keys era su capacidad para captar el clima de un estudio y leer con facilidad hacia dónde soplaban los vientos de la inspiración. Su saxo encajaba con naturalidad y fuerza en melodías tan diísimiles como las que brotaban de BB King, Chuck Berry, Dr. John, Donovan, Humble Pie, Marvin Gaye y Graham Nash. Con todos ellos tocó.
Uno de los orgullos de Keys fue haber tomado parte del último encuentro que John Lennon y Paul McCartney compartieron en un estudio. De esa jam sesión también participaron Harry Nilsson, Stevie Wonder y Jesse Ed Davis, y quedó plasmada en un disco de culto: “A toot and a snore in ‘74”. Keys y Lennon fueron compinches de la noche y de la música durante los 70. El saxofonista fue uno de sus laderos durante el “fin de semana” que Lennon se tomó en Los Angeles, lejos de Yoko Ono, y tocó como los dioses en “Walls and bridges” y “Rock’n roll”.
“Gimme the key”, amparado por el sello de Ringo Starr, fue uno de los discos firmados por el propio Keys que integran su gigantesco legado. Hubo otro, totalmente instrumental, para la Warner. Allí desplegó a sus anchas la veta jazzística que había mamado desde chico en su Texas natal. El músico, eternizado en grabaciones y shows, convivió con el personaje, protagonista de un millón de episodios propios de quien vivió a su manera. Rápido, trepidante, divertido, incansable, querible, absolutamente original. Un clásico.