Crítica de la película Atenas

30 Nov 2020
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(*) Por May Rivainera

Qué es esa amorfa sensación de no destino que deja César González en la cabeza... Hay secuencias que doblan los planos en una simultaneidad ¿paralela? 

Tenemos gente viviendo en un suceder continuo de puertas que se cierran, muros altos para trepar, el ejercicio de la paternidad autoritaria de un contratista a un contratado. Qué hará pensar a un tipo que tiene dinero para tercerizar un trabajo, que pagando compra algún derecho a decir para que el otro escuche; qué te hace pensar que al otro lo que le decís, no lo toca. 

En un momento tenemos al repugnante patrón reclamando algo más en un intercambio monetario, un valor arbitrario que atribuye al trabajo que le costó conseguir SU dinero… Diríamos que él reclama un favor, él entiende que le hace un favor a alguien que pareciera no tener cómo pagárselo porque dinero es lo que necesita, entonces desplazase el pago a una realidad que parece inexistente. Aunque difícil de demostrar inmediatamente, se trata de algo bien tangible y concreto. Es como si el dispositivo del dinero estirase sus ramas hasta las relaciones interpersonales, remunerar con dinero a alguien parece un favor para un tipo de cerebros en la sociedad, aún cuando ese dinero vaya a cuenta de horas de vida cedidas y de fuerza física o destreza en el desempeño de una labor; se hace pagar el dudoso valor del supuesto favor de emplear, con el derecho a humillar. 

¿Por qué el señor cree que le hace un favor al otro cuando le paga por un trabajo no institucionalizado? El director abre un entresijo a la compacidad de la realidad, a la compacidad de la estructura de la sociedad. Una brecha, entre lo que vemos a diario como inevitable y los pequeños engranajes que van haciendo de esa máquina un robot programado para replicar y replicar y replicar y replicar…  

En ese paralelismo coexistente con la linealidad temporal, a veces la lente indica la cualidad más representativa de la forma en que un personaje vive o bien, muestra ya en un tercer desdoblamiento, ese silencio voluptuoso de lo que había dicho “no destino”, vacío, esa orfandad en la que nos sumergimos a partir del momento en que formamos parte de este edificio inteligente y vil que empieza con dos: uno que tiene hambre y otro que no sabe hacer algo pero tiene cómo sustraer dinero del río y pagar por lo que necesita.  

El argumento es elemental y se agradece, Perséfone ha salido a la primavera capitalista y será raptada otra vez, a otras oscuridades, al centro de la miseria. Podemos pensar que miseria es esas paredes peladas de bloques que aparecen en ángulos exactos, vivo de colores, vibrantes, hermoso… Pero la miseria es otra, somos nosotros. Miseria es la mujer yogui en busca de paz mental y destrato a una niña parida por ella; el esposo esperando para violar a la joven que cuida a su hija; el tipo ofendido con que unos niños se mofen de su bigote, un bigote ridículo, bigotín, rubio tirando a colorado, “te vamos a dar una prestobarba", “ya van a ver" les avisa. Va hasta el auto, los encuentra por atrás y grita “quédense ahí”, corren, apunta y dispara dos veces. 

Una mujer se encuentra con una joven en la nada, una nada en sentido estricto: sin casa a donde ir, sin posibilidades de trabajar y sin conocidos. Una persona sola en un mundo lleno de gente, esto es lo que hace César González constantemente: encuentra en la realidad las partículas concretas de grandes postulados filosóficos. Nos estaría diciendo algo así como que la vida escribe los libros sin cesar, diciendo que si miráramos podríamos prescindir de explicar. 

Personas que no se detienen a poner palabras a la interioridad porque saben mirar. Eso nos enseña. ¿Es eso? 

Una mujer en una psicóloga en una de esas instituciones que se llenan de gente de escritorio que mucho han estudiado y poco aprehendido; ¿cómo se siente?, pregunta; la otra le relata su vida y la psicóloga le pide que haga un esfuerzo y explique cómo se siente. Es decir, contamelo como un sentimiento para que pueda decirte que esa forma de percibir es parte de tu interior porque la realidad es según de dónde la mires. Y la realidad no es relativa, la realidad es concreta, dura y cada uno sabe dónde pone los ojos, desde dónde y a qué los cierra.  

Cuando estamos ante el trasfondo de los que ejercen el poder hay un desdoblamiento, por ejemplo la escena de distorsión sensorial y el gesto retorcido en un ser asqueroso; cuando la vida aprieta y es esa tensión a punto de romper la cuerda, entre las ganas de vivir y las formas de dejar morir, el desdoblamiento roza la abstracción y estamos ahí mirando desde el interior del edificio llamado sociedad, despersonalizado mas no sin punto de fuga en el espacio. Roza la abstracción porque toca el concepto pero, y aquí la gracia de César González, es lo que percibiremos como más real, aquello que una vez sospechado no se puede negar; caída del velo que la costumbre nos enraíza. Una mesa de amigos jugando al estilo perros de Coolidge, planos en tercer desdoblamiento y: suspensión de la noción de libertad para vivir, en favor de la incertidumbre en el tiempo por la pregunta de cuál pieza jugamos a hacer de ese reloj suizo llamado polis. No se sale igual de ahí. 

No será lo mismo pagar dos mangos las horas de vida que hurtamos a esa mayoría que trabaja dentro de lo convenido, a lo que damos vuelta la cara. Con suerte lo olvidaremos; sin embargo, en cualquier semáforo o plaza esperará y estará ahí gritando, siendo. Una pieza audiovisual donde oiremos al director hablando de qué observa, de cómo lo mira, omitiendo recursos como voz en off, psicologiadas o golpes bajos, sin más que un cuadro, planos y el fondo claro del río cuando se aquieta el agua. Digamos así, digamos: César González o la habilidad para no aceptar las reglas. 

Por último un cielo gris, se respira… otoño, han llevado a entre sombras las flores. 


(*) Poeta,escritora. 

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