La más violenta honestidad
Reseña de Random, de Marina Cavalletti (Halley Ediciones, 2020)
Por Mario Flores*
Cuando se habla de la relación entre música y poesía, aparecen un montón de tópicos referentes a la composición, musicalidad oral, ritmo y forma, poéticas recitadas, etcétera. Pero pocas veces esa relación es palpable en el producto final, es decir: el armado completo de un libro a través de un hilo conductor básicamente musical. En el libro Random, de Marina Cavalletti (su primer libro: siempre digo que hablar de primeros libros es súper importante y más en la actualidad) comparte esta configuración: no solamente hilvana los poemas con una música de fondo que ayuda a entender su universo personal, sino que también conjuga ambas naturalezas. Aparecen samples y estribillos, como aliteraciones que aparecen en los textos y hacen que todos los poemas sean pequeñas canciones. El libro, publicado en formato digital por Halley Ediciones en agosto de 2020, consta de 45 poemas breves (lacónicos pero no minimalistas: están plagados de imágenes y encuentros entre humanos que tararean su propia historia).
Hay que dejar de escuchar el decadente rock nacional por lo menos dos años. Muchas veces, cuando se promociona un libro nuevo, se destacan algunos poemas a modo de muestra, fragmentos de adelanto, algún ejemplo en medio de una entrevista o reseña… Yo mismo podría hacerlo a continuación, pero no: este libro debe leerse completo, de principio a final. No soy fanático de lo retro, pero si hay algo que se ha perdido en la modernidad vía stream es el -casi ritualista- acto de comprar -o bajar- un álbum y sentarse a escucharlo todo, como una tarea en sí misma. No como música de fondo, no como cortina para lavar los platos, no como una radio aleatoria. Y eso pasa con este libro: googleen RANDOM MARINA CAVALLETTI y aparecen, por lo menos, seis notas en distintos medios que seleccionan unos cuantos poemas sueltos. No sirve. Y no porque los poemas sean malos o la selección no sea la mejor (los greatest hits) sino porque es un libro conceptual, una narrativa de trasfondo ayuda a que el libro sea un todo. El libro se divide en tres partes, y cada una de esas partes corresponde a una mini épica urbana y amatoria. Encuentro / desencuentro, amor / desamor, cercanía / lejanía, intimidad / anonimato. Pero más allá de lo que puede suponerse una génesis íntima y hasta confesional del después (o sea, todo eso que queda cuando algo se rompe con alguien y nos volvemos a rearmar), se yuxtapone a esa rítmica de la distorsión, el canto prolijo y las diez mil referencias al rock nacional e internacional, al folklore, al circuito under de la poesía contemporánea y hasta los guiños intelectuales “para entendidos”. A lo largo del libro, no cesa la necesidad de saber si es este el mundo real. En uno de los poemas de la primera parte, Marina escribe: “Tengo una imaginación copiosa / Imaginé por ejemplo / que me enamoraba de vos / no fue / Hubiera sido lindo: / sos el único hombre / frente al cual me desnudé / sin vergüenza”.
“Antes que monjes es mejor ser kamikazes”. Una remera que diga. En el prólogo del libro, Washington Atencio atina a decir que Marina Cavalletti estructura el libro con el talento que caracteriza a la que entiende de música, y es que además de escritora y periodista, Marina Cavalletti es cantante. Y es que eso también influye cuando leemos los poemas en voz alta, como en una secuencia oral intensa y casi sin pausas. No hay tiempo para detenerse: hay dos personajes, cada uno de un lado del poema. El que está detrás del poema dibuja la ciudad, dibuja recitales de poesía en antros donde se siente groupie del “chico más lindo del slam”, dibuja todo el panorama de lo que se rompe, la confusión de los besos que no tienen destino y encima de todo, la música que suena durante esta historia. El otro personaje es una especie de fantasma que aparece de vez en cuando y nos preguntamos qué hace que afecte tanto el espacio duro y concreto donde se escribe: “Fui a una fiesta / sabía / que estarías / Hubo karaoke / y happy birthday / Te alegraste al verme / y yo callé el / vine a buscarte”.
Hay dos tráilers en el libro, un prólogo de Washington Atencio y una “carta al lector” (¿?) firmada por Jimena Cano en la que añade: “Estos poemas señalan un camino de deconstrucción que ha emprendido tanto en su vida personal como en su trabajo literario”, y es una sentencia que mantiene impoluto lo autorreferencial con el mecanismo de ensamblaje del libro. Esa incomodidad nocturna que surge de escenas como “Para qué el beso / en la avenida / si no sostenés / la noche / la intensidad”, dan ganas de pulsar play en la serie y cuestionar el modo en que los personajes (sí, dije ‘personajes’) actúan y se desenvuelven en una trama donde no hay sentido más que la poesía en sí misma. Hay muchos ejemplos en el libro que tratan sobre eso: la poesía sobre la poesía, escribir sobre la escritura, el rol de habitar la palabra y hacer con ella, e incluso los códigos propios de un artefacto que constantemente habla de sí mismo. Pero sería incorrecto leer un libro de poemas como un diario íntimo (y si alguien está escribiendo uno, que se arme un blog o una cuenta de Twitter, no un libro), a medida que avanzan los poemas, la historia se difumina. De los dos personajes, sobrevive uno: la voz que está de este lado del texto, que rearma un cuerpo: “Tiraste la piedra / y escondiste la mano / Pensé en realidad que / la casa estaba linda para mí / yo estaba linda para mí / Y vos, una vez más / te perdías / la fiesta”.
Superación, reafirmación, resiliencia, y otros lugares comunes que aparecen en imágenes de Facebook. Poco a poco nos vamos a ir hartando -ojalá- de las diatribas en primera persona. Al final del libro, Marina Cavalletti dobla la apuesta con la forma de los poemas: los reduce al máximo, elige consignar sólo lo esencial y disparar con mayor precisión y menos misterio terapéutico. Los poemas de la tercera parte de Random casi que no hablan de personajes, ni escenas posteriores a lo relacional, ni tampoco configuran ninguna telenovela personal: son breves, chispazos de lucidez, casi apotegmas. “No quiero nunca más / ser buena / con los que temen”. “La cobardía / también / es / violencia”. Graffitis sin margen de error que podrían estar en cualquier pared para que alguien pase y se sienta identificado: porque esa honestidad ulterior, esa reconstrucción de los sentidos, es también un texto y un puente.
Todo lo guardo en la playlist de mi corazón. La lista de reproducción de Spotify que incluye el libro, reúne piezas de diversos tonos (algunas del más puro espíritu mainstream ochentoso y otras joyas casi “ocultas” del universo indie hispano). El juego no es leer los poemas y decir “esto tiene que ver con tal o cual canción”, porque sería muy fácil, solamente estaríamos reaccionando a citas o referencias conocidas. La función que cumple este juego multimedia -al igual que la gran mayoría de ebooks que se editaron junto con playlist de diversas plataformas- es poder entenderlos en conjunto, como una doble dimensión donde se registran datos, muestreos y fragmentos. Como una colección de texto y sonido que intenta construir un único mapa sensorial. Hay dos cosas de este libro sobre las que no considero necesario detenerme: el diseño de portada, porque es parte de una premisa derivada de la colección editorial (cada autor dibuja su propia tapa), y el formato. Me gustaría que se dejara de hablar de libros digitales solamente en clave de pandemia, como si se tratara de un fenómeno reciente o condicionante exclusivo de su contexto, lo cual invalida la gran historia del soporte a esta altura del siglo. Random es un ebook directo y combina tres lenguajes: el poético, el musical y el digital. Cada uno no logra sostenerse sin el otro porque su contenido está pensado para poder ser leído -o escuchado, o descargado- así. Los Doors conviven y se codean con Harold Bloom, se trae a la memoria a Irene Gruss mientras suena Persiana Americana. Una mezcla sincera y pensada de antemano, para darle play y seguir el rumbo a la página siguiente.
*Mario Flores (Tartagal, 1990) es escritor y DJ de música electrónica. Publicó Hikaru (Editorial Nudista, 2018) y Necrópolis (Fondo Editorial de Salta, 2019). Es becario del Fondo Nacional de las Artes.