Torta galesa: un manjar argentino por opción
Es fruto, pleno de aromas y sabores, de una amalgama cultural.
COMBINACIÓN IDEAL. Frutas, especias, azúcar sin refinar o miel, una gran fuente de energía y de sabor.
La torta galesa no es galesa. Bah, sí; pero nació en Argentina, de las manos de los primeros colonos que llegaron a la costa de Chubut, cerca de lo que hoy es Puerto Madryn (que ellos fundaron más tarde) el 28 de julio de 1865, en el velero Mimosa.
Eran 153 personas (de ellas, 52 eran niños), que a esa altura del año deben haberse sentido como en sus crudos inviernos del otro lado del hemisferio. Pero aprovechaban una oportunidad: por un lado, huían del acoso inglés y soñaban con mantener sus tradiciones, su cultura, su lengua. Por el otro, el gobierno argentino, ejercido en ese momento por Bartolomé Mitre, necesitaba colonos para poblar y defender un territorio inmenso.
Llegaron a un desierto sin agua dulce y con pocas opciones para obtener alimentos, de modo que debieron recorrer muchos kilómetros para encontrar dónde instalarse.
Mientras los hombres recorrían tierras circundantes buscando un lugar con agua, y protegido de los vientos y de posibles ataque (muchos extranjeros se acercaban por tierra y por mar), las mujeres debían ingeniárselas para hacer rendir los pocos alimentos con los que contaban, y para hacerlos durar.
Cuenta la tradición que pusieron en común lo que tenían: harina, azúcar negra, nueces, frutas que habían azucarado para conservarlas, materia grasa, miel... Y así nació esta versión patagónica de lo que ellas, en su tierra, preparaban como torta para bodas y celebraciones: el bara brith (en galés, literalmente, “pan manchado”, por la presencia de frutas). Y tenía dos propiedades fundamentales: un alto valor calórico y una larga perdurabilidad.
Quizás fue así; quizás no, pero no importa. Lo cierto es que los colonos galeses se instalaron y prosperaron a lo largo del valle en Rawson, Gaiman, Trelew, Trevelin, Madryn... muchos de los nombres de nuestra geografía son de origen galés. Y hoy, esta torta, argentina por opción, se ha convertido en patrimonio cultural de la región y en atractivo insoslayable del turismo gastronómico de la Patagonia. En cada rincón se prepara alguna de las miles de recetas, cada una con “su secreto”, parte del legado de personas que encontraron en nuestro país un lugar para vivir sus tradiciones y hablar su lengua, cosa que los ingleses, en el siglo XIX, no les permitían hacer.
Una receta posible
Lograr un producto que perdurara era clave, y lo sigue siendo, porque la tradición dice que uno de los pisos de la torta de bodas se guarda hasta el primer aniversario.
Así, aunque las recetas varían, la que te proponemos puede tener una clave para lograrlo: no lleva huevos. Eso significa que podés aprovechar que todavía dan ganas de prender el horno y dejar lista una tanda de exquisiteces para disfrutar las fiestas. O para simplemente darte el gusto.
Cómo prepararla: paso a paso de la versión sin huevos
Antes que nada, cortar tres trozos de papel madera con la forma del molde elegido y un poco más grandes que este, de manera que el papel cubra los costados. Enmantecarlos y colocarlos en el molde. Precalentar el horno (se lo baja a temperatura media justo antes de colocar dentro la torta). Y ahora, empezamos: “bañar” 1/2 taza de pasas de uva sin semillas en una taza de coñac y picar grueso 1/2 taza de nueces. En un bol desmenuzar 150 g de manteca con 2 tazas de harina común bien cernida y trabajar con la mano hasta que quede como harinilla. Añadir 1/2 taza de azúcar blanco y mover con cuchara de madera para que se mezcle bien. Agregar las pasas (y el coñac), las nueces y 1/2 taza de cerezas descarozadas (hay versiones con higos secos o cáscara de naranja glaseada). Luego, las especias: una cucharadita de canela, una pizca de jengibre en polvo y una de nuez (también puede ser cardamomo). Por último, agregar 1/2 taza de azúcar negra, una cucharadita de bicarbonato y una cucharada sopera de vinagre. Todo bien mezclado, al molde y al horno (y ahí se le baja la temperatura).