Jorge Colina: “la coparticipación no debe existir como esquema de reparto”
Hay que darles potestades tributarias a las provincias, dice el economista.
El actual esquema de distribución de recursos fiscales desalienta el esfuerzo, la creatividad, la innovación y el desarrollo productivo. Pero premia la mediocridad. Esto no cambia reformando la coparticipación. Mucho más conducente es eliminarla y que cada provincia recupere potestades tributarias para autofinanciarse. Para las provincias del norte, que por su rezago relativo pueden no autofinanciarse, se debe contemplar un fondo de convergencia que cubra las brechas de financiamiento y las induzca a acelerar su desarrollo. Tan claro como contundente es el último informe del Instituto para el Desarrollo Social Argentino (Idesa). Y la histórica relación entre Nación y provincias siempre ha sido paternalista, con premios y con castigos según la cercanía del padre (Gobierno nacional) con sus hijos (gobernadores). Como dice el presidente de Idesa, Jorge Colina, para los funcionarios nacionales es irresistible la tentación de usarlas para doblegar voluntades políticas en el interior. Mientras que para las dirigencias provinciales resulta más fácil andar mendigando migajas del poder central en lugar de ponerse a gestionar como corresponde los servicios que debe brindarle a la gente. Esta es la entrevista telefónica concedida por Colina a LA GACETA.
-¿Por qué considera que el factor distorsivo del federalismo fiscal es la coparticipación?
-En realidad, la coparticipación no debe existir. La teoría sobre el federalismo fiscal indica que una buena práctica organizacional es asignar las potestades tributarias entre jurisdicciones en línea con las responsabilidades. Es decir, qué impuestos debe recaudar Nación y cuáles las provincias. Pero en la Argentina no tiene mucho sentido de que Nación recaude tanto y luego se les asigne un porcentaje a las provincias. Aún cuando esa coparticipación sea considerada justa, un reparto de esa naturaleza lleva a que las provincias no se preocupen tanto por desarrollarse. Pongamos un caso: puede ser que los limones tucumanos generan un montón de impuestos, pero llegan mínimamente luego a Tucumán. Un 50% de ellos lo toma la Nación y el otro 50% se lo redistribuye entre las provincias. Seguro que Tucumán recaudaría más por lo que produce si lo administrara directamente. Falla el esquema de reparto para financiarse. Por eso hay que eliminar la coparticipación y redistribuir las potestades tributarias, es decir, qué impuestos cobrará Nación y qué las provincias. Y a aquellas que no les alcanza el nivel de actividad, entonces habrá que pedirles una ayuda a los distritos más ricos, de tal manera que esa ayuda sea sólo marginal.
-¿Se refiere a un sistema de compensaciones cruzadas?
-Creo que no tienen sentido. Los políticos, en general, tienden a creer que la Nación debe darle más plata y no es así. El federalismo consiste en que las provincias recauden sus propios impuestos y que la Nación recaude lo que es para ella. Por lo otro, respecto de la asistencia marginal de las más ricas, debe contemplar un fondo de convergencia que cubra las brechas de financiamiento e induzca a las provincias más rezagadas a acelerar su desarrollo.
-En suma, la coparticipación es hoy una telaraña de regímenes generales y particulares para recaudar más...
-Como decía respecto de la complejidad del reparto y también de los incentivos. Partiendo de ese supuesto, ¿qué incentivos puede generar un esquema como el actual para que una empresa se instale, por ejemplo, en Tucumán, si le da lo mismo hacerlo en Chubut?
-¿Y que pasa con la competitividad?
-No hay incentivos, insisto. Y la pregunta que se hacen y se pueden hacer algunos gobernadores es: ¿para qué desarrollarla si luego todo va a la Nación, que se queda con la mitad y el resto se reparte entre todas las provincias? Naturalmente que a Tucumán le debe llegar un 5% del aumento de la competitividad. Eso es histórico y el problema es mental. Una mejor coparticipación, no. Cada provincia debe vivir con el desarrollo económico de su propio territorio.
-¿Cómo podrían funcionar las potestades recaudatorias entre Nación y provincias?
-El esquema puede ser similar al de los Estados Unidos, en el que el impuesto a las Ganancias lo recauda la Nación y las ventas locales quedan para los Estados. Por esa razón, esos Estados, que son una suerte de provincias, siempre están tratando de generar más actividad económica y más impuestos para su jurisdicción. Me parece que en la Argentina tendríamos que incorporar ese concepto para vivir según lo que se produce, con un sistema más equitativo y no el de la figura de un padre que le da plata a un hijo permanentemente.
-Con ese mecanismo, ¿también desaparecería la discrecionalidad en el reparto?
-Sí, porque la Nación dejaría de repartir plata, y sólo financiaría lo que está bajo su órbita, como las obligaciones que tiene la Anses para con los haberes jubilatorios, la seguridad de un Estado federal, las relaciones externas o la macroeconomía. Todos los demás servicios sociales ya son de las provincias. En ese sentido, no tendría que haber un Ministerio de Salud Pública de la Nación; tampoco el de Educación, Desarrollo Social o de Viviendas. Esas son funciones provinciales. La coparticipación, precisamente, hace que haya un Ministerio de Salud de la Nación, por ejemplo, y le mande migajas a las provincias. Ese distrito subnacional debería recaudar para financiar los servicios de salud en Tucumán si tuvieran potestad tributaria.
-¿Por qué no se avanza en ese sentido?
-Porque seguimos teniendo una idea equivocada de federalismo. No es que hay que propender hacia una coparticipación más justa; directamente no hay que tenerla. Cada provincia, insisto, debería recaudar sus propios impuestos para costear los servicios que demanda la sociedad.
-Afirma que, con el esquema actual de distribución, se premia la mediocridad...
-Fíjese: Tucumán produce los limones y la plata que genera esa producción le llega a Tierra del Fuego. Sin hacer nada, le llueven los fondos. Nadie está incentivado a crecer, sino a congraciarse con el político nacional y, así, que le llueve el dinero. Si hubiera aquel sistema de vivir con lo que se produce, todos los gobernadores se preocuparían por producir y, de ese modo, el país saldría adelante. No hay incentivos para avanzar hacia eso. Sólo se piensa en quedar bien con papá o mamá, sea Alberto Fernández, Cristina Fernández de Kirchner o Mauricio Macri. Siempre el gobernante buscará quedar bien con papá, pero no con la población.
-Tomando en cuenta el incremento de gastos que ha dejado la pandemia, ¿cómo será la herencia que dejará la covid-19?
-Una crisis severa, de estancamiento económico y de altísima inflación. Ya en el primer trimestre de este año, antes del Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio, la economía había caído un 5% y la emisión monetaria estaba en ascenso. La actividad siguió cayendo cuando se desató la pandemia en la Argentina y más de la mitad del gasto nacional se financió con emisión. Creo que en el período pospandemia, esa conducta monetaria continuará y eso causará un problema severo de alta inflación.
-¿Cuándo percibirá la población ese efecto?
-Todavía no hubo traslado a precios porque no hay consumo constante y sigue el confinamiento y no hay plata. Cuando la Argentina se dirija hacia la nueva normalidad, habrá un aumento de la demanda que causará ese aumento de precios, porque tampoco habrá muchos productos. Cayó la producción. Además, el valor del dólar informal está preanunciando lo que sucederá con los precios. No es lineal, pero en el mediano plazo lo será. La gente sabe que cuando sube el dólar no bajará y por eso, hay agentes económicos que comienzan a remarcar.
-¿Cuánto puede contribuir la reestructuración de la deuda con los acreedores para amortiguar el impacto de ese escenario económico proyectado?
-El acuerdo con los acreedores es bueno porque te aceptan el diferimiento de los pagos. Pero no significa que volverá rápidamente el crédito y el país se queda con algo de plata. En términos domésticos, es como aquel almacenero de la esquina que ha confiado en vos y un día le decís que no tenés plata para pagarle. Le pedís perdón y le decís que a partir de 2025 le vas a empezar a pagar. De todas maneras, ese almacenero sabía que corría el riesgo de que no le pagues y que no iba a cobrar nada si te declarabas en default. Por eso te dice: te perdono. Vos le decís gracias y, así, quedas bien con el vecindario. Ojo, el almacenero no te va a volver a fiar cuando necesites porque no le estás pagando y seguís sin plata. Nadie te fía cuando no tenés plata.
-Los indicadores que se proyectan son de registros históricos. El desempleo sigue en ascenso, como la pobreza -que se estima en un 50%- y una economía que caería entre un 11% y un 15% este año...
-Partimos de que la gente se quedó sin ingresos. El año pasado, en Idesa, hicimos una simulación, en base a la Encuesta de Hogares de 2019, acerca de lo que pasaría si se les sacaba la mitad de los ingresos a los trabajadores informales. Ya entonces advertíamos que la pobreza iba a subir al 50%, dependiendo de la inflación. Hace pocos días, Unicef reveló que la pobreza en la Argentina se iba a ubicar cerca del 53% de la población y que entre los niños, niñas y adolescentes, esa tasa se elevaría al 63% hacia fines de año. Todos los cálculos llevan a pensar que la pobreza afectará a la mitad de la población.
-¿Y cómo se revierte semejante situación?
-Indudablemente que cuando se recupere la actividad económica, algo va a bajar la pobreza. Y si se domina la inflación, que será muy alta, puede que la tasa se reduzca al 38%. Los políticos dirán ¡qué bien! Pero no se atreverán a mirar que seguimos generando pobres. Dependerá de las políticas que se adopten para bajar la inflación para que la tasa se reduzca a ese 38% de pobreza, que será mayor al 35% que dejó Macri. Un fenómeno parecido observamos en 2002 cuando la tasa de pobreza fue del 48% y luego se redujo hasta el 33%. Pero en la década de 1990 fue del 25% y en la década de 1980 había promediado el 17%. La tasa de pobreza fue subiendo y bajando, pero como vemos en la línea histórica, la tendencia siempre fue hacia el alza. No fue del 5%, como se dijo en algún momento con una inflación distorsionada por (el ex secretario de Comercio Interior durante la gestión de Cristina Kirchner) Guillermo Moreno.
-¿Podemos proyectar un futuro?
-Con una economía muy complicada. Al final quedará que se destruyó la actividad, pero los contagios de covid-19 continuaron. Vamos a entrar a 2021 luchando contra el coronavirus. Si se fue o no se fue. También con un déficit fiscal muy grande, al igual que la inflación. Así, es difícil pensar cuál puede ser el rumbo de la economía. Si no le va bien en las elecciones del año que viene a la actual gestión y pasa a ser minoría en el Congreso, será más difícil gobernar. Además, hay cada vez menos plata para gastar. Si lo vemos en términos electorales de medio turno, a Cambiemos le fue bien en 2017 porque gastó la plata que tomó de la deuda. Pasado ese proceso electoral vino la crisis cambiaria. Si el gobierno actual apela en el año electoral a una mayor emisión monetaria, sería como tirar nafta al fuego.
Master of Art in Economics (Georgetown University), Master in Finance (University of Amsterdam) y Licenciado en Economía (Universidad Nacional de Córdoba). Galardonado con el Premio Fulvio Salvador Pagani 2004 de la Fundación Arcor al mejor trabajo de economía “El Fracaso Sanitario Argentino. Diagnóstico y Propuesta”. Trabaja como consultor externo para empresas privadas, organizaciones empresarias, organismos internacionales (BID, OIT, Unesco), y organismos no gubernamentales internacionales en tema de desarrollo humano y sustentable. Docente en el departamento de economía de la Universidad Católica Argentina y en la Universidad Austral de Argentina. Actualmente preside el Instituto para el Desarrollo Social Argentino (Desa).