“La sociedad argentina hoy prefiere la moderación”
El analista político y de opinión pública comentó que la preocupación por la economía siguió encabezando las angustias de la comunidad durante la pandemia. “Lo más probable frente a una crisis no es que terminemos siendo Venezuela, sino Argentina”, propuso Fidanza.
Aplicado y metódico, Eduardo Fidanza (Ciudad de Buenos Aires, 1951) prefirió responder el cuestionario de esta entrevista remota por escrito, y cumplió el compromiso con creces y la máxima antelación, pero la coyuntura serpenteante lo obligó a revisar sus respuestas hasta el último momento posible. Es algo llamativo de esta época: lejos de adormilar al tiempo, la cuarentena exacerbó el cortoplacismo. Especialista en la lectura de encuestas y la identificación de los humores sociales cambiantes, Fidanza contesta con precaución y expectativa, por ejemplo, cuando aborda el proceso de negociación de la deuda pública o ante la pregunta sobre si la Argentina circula por el sendero que llevó a Venezuela a ser lo que es en el presente. Además, elogia que la oposición nacional haya permanecido cohesionada y postula que el caso “Vicentin” acrecienta la pregunta sobre quién manda en el Gobierno. Según su conocimiento de la opinión pública, los extremos ya no rinden como antaño. “Si analizamos la evolución de las imágenes de los principales políticos argentinos, podemos sostener la hipótesis de que hoy la sociedad prefiere la moderación”, anuncia.
-¿Es la intervención de Vicentin un punto de inflexión para la perspectiva de que el presidente Alberto Fernández se conduzca con moderación y garantice el respeto a la propiedad privada?
-Aún no lo sabemos con certeza, aunque la intervención de la empresa y el proyecto de expropiación son decisiones que provocan mucha controversia. Es difícil encontrar justificación legal a la medida, que no contempló que Vicentin estaba en un proceso concursal ante un juez. Por otra parte, la utilización de un decreto de necesidad y urgencia es discutible, e inoportuna en el actual contexto, donde la oposición y buena parte de la ciudadanía entienden que es razonable utilizarlos para la pandemia, pero no corresponden respecto de otros temas, cuya premura no se justifica. De cualquier modo, no me precipitaría a afirmar que es un punto de inflexión porque aún se buscan soluciones alternativas. Comprendo, sin embargo, la preocupación y la sorpresa porque una vez más el mecanismo con que se han tomado las decisiones no despeja una de las principales dudas de la política actual, que es ¿quién manda en el Gobierno?
-¿Considera que la mayor parte de la sociedad argentina apoya las medidas de estatización de empresas? ¿A quién desaprueba más la opinión pública: a los políticos o a los empresarios?
-A partir de la crisis de 2001 los argentinos se han vuelto más estatistas. Sin embargo, en el caso “Vicentin” las opiniones están muy divididas según las preferencias políticas de quienes opinan. De acuerdo a los datos recientes obtenidos por mi empresa, Poliarquía, defienden la intervención los votantes del Frente de Todos y la rechazan masivamente los que optaron por Juntos por el Cambio. En cuanto a quién prefiere la opinión pública, debo decir que, lamentablemente, los políticos no generan confianza aquí y en los principales países de la región. Los empresarios son mejor valorados, sobre todo si encabezan empresas nacionales que dan empleo y están comprometidas con la comunidad, algo que el Gobierno parece no haber tenido en cuenta en el caso “Vicentin”, más allá de los errores y manejos turbios de sus propietarios.
-¿Qué escenario vislumbra para las negociaciones con los tenedores de bonos argentinos?
-En este momento las negociaciones continúan. Las perspectivas son inciertas, aunque hay probabilidades de que se cierre un acuerdo. De cualquier forma, la directora del Fondo Monetario Internacional (FMI) acaba de hacer declaraciones que inquietan: “rezo por lo mejor, me preparo para lo peor”. Desde ya, sería desastroso que la Argentina entrara en default. En los próximos meses el país enfrentará una recesión sin precedentes, que se agravaría con una cesación de pagos. Acaso nuestro destino se esté jugando en este momento en Washington, entre actores cuyas conductas son difíciles de descifrar para los argentinos: el Departamento de Estado, los principales fondos de inversión, el FMI... Este último parece un aliado circunstancial de los intereses argentinos, pero no depende de la voluntad de su directora, sino de un bureau dominado por Estados Unidos. Por otro lado, da la impresión de que (Donald) Trump quiere favorecernos, pero, a la vez, es muy próximo a Larry Fink, el líder del principal fondo de inversión acreedor del país, que está en una posición exigente. Aguardemos unos días más; el desenlace será crucial para nuestro futuro.
-¿En qué medida la pandemia y la cuarentena anestesiaron el malestar con la economía que explica la victoria del presidente Fernández?
-Cuando se inició la cuarentena, Alberto Fernández ya disponía de buena imagen, en parte por haber sido un presidente recién electo y no desgastado. Y también por su estilo moderado. En ese momento, el malestar económico no se le atribuía a él, sino al Gobierno de Mauricio Macri. Después, con la pandemia, las cosas cambiaron aunque la preocupación por la economía siguió encabezando las angustias de la sociedad. Ahora estamos en el momento más complejo: en el área metropolitana la gente está muy preocupada por lo material y agotada por el encierro, pero, a la vez, reconoce el recrudecimiento del coronavirus.
-¿Está la oposición en condiciones de interpretar y de honrar el mandato electoral que recibió el año pasado?
-La oposición ha mostrado hasta ahora una gran virtud: permanecer unida, lo que es más meritorio cuando se está en el llano, donde hay menos incentivos para conservar la cohesión. En general, el destino de las oposiciones que actúan en forma razonable no depende tanto de sus acciones, sino de cómo le vaya al oficialismo. Si este tiene éxito, lo más posible es que gane la próxima elección, pero, si fracasa, la oposición seguramente tendrá su oportunidad. Y a la hora de votar pesa más el bolsillo que otros factores, como lo demuestran los principales resultados electorales aquí y en el mundo.
-Después de muchos años de polarización, ¿la popularidad de los líderes comienza a estar ligada a su racionalidad y capacidad para llegar a acuerdos con el oponente?
-Si analizamos la evolución de las imágenes de los principales políticos argentinos, podemos sostener la hipótesis de que hoy la sociedad prefiere la moderación. Los dos políticos con mejor imagen son Alberto Fernández y Horacio Rodríguez Larreta, y entre los que tienen peor imagen se encuentran los ex presidentes Macri y Cristina Kirchner. Fernández y Larreta, efectivamente, han reforzado la impresión de que son moderados encarando juntos la pandemia. Dejaron de lado la discusión de principios para acordar los mejores instrumentos para superar la crisis. En cambio, Macri y Cristina quedaron asociados a visiones irreconciliables, típicas de lo que se llama la grieta. Hay que recordar que la sociedad prefiere que los políticos no se peleen, sino que resuelvan los problemas. Esa demanda se acentúa en momentos críticos.
-¿Qué les dice a quienes temen que la Argentina ya esté transitando la misma senda de Venezuela?
-“Vamos a ser como Venezuela” creo que es más una consigna ideológica o “un mito para la acción”, como los llamaba George Sorel, uno de los ideólogos de (Benito) Mussolini. Pensar que vamos a ser como Venezuela es comparar, irreflexivamente, dos países cuyas historias, culturas y sociedades son distintas. Lo que yo digo es que lo más probable frente a una crisis no es que terminemos siendo Venezuela, sino Argentina, en el sentido de repetir nuestros mismos errores, enfrentamientos, faltas de visión y de grandeza. Eso no significa, sin embargo, que no debamos estar atentos frente a los avances del autoritarismo, más aún en el escenario pospandemia. La Argentina tiene una sociedad civil relativamente fuerte y ese puede ser un rasgo distintivo a la hora rechazar las tiranías.
-En otra entrevista como esta, Jon Lee Anderson dijo que Latinoamérica era una olla a presión congelada por la pandemia. ¿La dirigencia política debe preocuparse por el rebrote de las protestas sociales de 2019 o ese estado de agitación ya está disuelto?
-Comparto plenamente el diagnóstico de Anderson. El año pasado asistimos a protestas que atravesaron el mundo, desde Irak a Chile, pasando por Hong Kong y Europa. Ahora las protestas arrecian en Estados Unidos. Los motivos son diversos, pero muestran la crisis de legitimidad de los gobiernos debido a la situación económica adversa, la desigualdad, el autoritarismo y el fracaso del capitalismo, que ya no puede asegurar el bienestar que prometió. Es muy probable que estas protestas se potencien a nivel mundial en el escenario que viene. En la Argentina también podrían ocurrir: debemos ver cuál será el papel del peronismo que tradicionalmente ha sido un amortiguador de la violencia social. Pero no lo sabemos. Ahora, si ante la crisis la respuesta del oficialismo fuera autoritaria, eso podría encender la mecha. Esperemos que no.
-¿Dónde quedó el debate de la regeneración institucional después de lo que está emergiendo sobre los manejos de los servicios de inteligencia durante el Gobierno de Cambiemos?
-Sostengo que la corrupción es un fenómeno estructural en la Argentina, que atraviesa todos los estamentos. Y no debemos perder de vista esta realidad -que se manifiesta en casos como la AFI (Agencia Federal de Inteligencia), el juez (Rodolfo) Canicoba Corral y muchos otros- por el hecho de que los Kirchner hayan montado presuntamente una gran maquinaria de negocios al margen de la ley. La corrupción florece en tierra apta; está incrustada en la cultura del poder desde hace muchos años; existe el que pide coimas y el que las paga. Hasta que no haya un verdadero reconocimiento de la naturaleza del problema seguiremos así: cada Gobierno queriendo poner preso a su antecesor haciéndolo responsable único de la corrupción.
-¿Qué fenómeno social le ha llamado la atención durante esta cuarentena?
-Rescato varios aspectos positivos: la capacidad de resiliencia de la sociedad para sobrellevar el momento y seguramente para recuperarse; las nuevas formas de comunicación digital; el consenso entre Fernández, Rodríguez Larreta y Axel Kicillof, y el humor en las redes sociales que ayuda a soportar la frustración.